+ De Ciclotimias & Trapecios Circulares +

En los últimos días me he encontrado dándole vueltas y vueltas a las remembranzas y los archivos de python que me causan migraña; hecho de menos algunas Imágenes de algunas personas, hologramas, imágenes construidas, a veces me sorprendo de que tan ingenuo pueda llegar a Ser, o que tan Imbécil me puedo hacer creer.


Y así pasan los días, cayendo como siempre en la ciclotimia concéntrica y creando vicios híbridos de los que ya tenia, todo para apaciguar la presión de la excesiva Solitud. No ha sido una de esas semanas dignas de recordar, de hecho si pudiera, tomaría el cosmos y lo echaría por el inodoro junto con el resto de porquerías que acumulo en 24 horas del Día. No soy –digo- no creo ser una de esas personas dadas a la estabilidad, es mas, creo que mi existencia carece incluso de ese orden microscópico que hasta el Caos tiene. O quizás yo soy el Caos.



Tiene una extraña manera de exhalar interminables bocanadas de humo y, cuando ya casi no le queda gota de aire en los pulmones, tararea entre dientes con los ojos perdidos.

Quizá sean los torbellinos de niebla que inundan el local, pero yo nada más puedo verlo en blanco y  negro. Tal vez él sólo es posible así, al estilo de las películas de los cincuenta, de buenos y malos, de gángsteres y policías. Y eso que él no parece gángster ni policía, ni bueno ni malo. O mejor dicho, no del todo. La dicotomía, en su caso, está en la mirada que esconde tras los mechones azabache que se le desmayan más allá de los hombros. Mirada blanca, tan sólo a veces.

Hay días convencionales. Aparentemente transparentes. De sonrisa larga a media tarde. Sonríe a la puta de turno que le mira con ojos de princesa enamorada. O a la amiga que esconde su cobardía bajo un disfraz imposible para conseguir tan sólo un par de caricias huecas y un viaje de minutos fuera del aburrimiento cotidiano. En esos días la sonrisa se le derrama entre las comisuras cuando entra y llena el espacio con su figura enorme, excesiva, enfundada en la gabardina negra que en tantas apuestas hemos intentado ganarle, primero la muerte y luego yo. Sonríe cuando busca la mesa del rincón y cuando me pide, descolgando el brazo de la cintura que toca esa vez, dos vodkas con limón bien cargados y un platillo de almendras amargas encostradas de sal. Metáfora que me avisa de que tampoco en esa ocasión podré ganarle. Me dijo hace tiempo que ninguna de ellas es la que ha de ser, pero le pierde la vanidad o el saberse ocupando un espacio, cualquiera, con tal de no estar sólo.

A mi me gustan sus noches de mirada oscura, profunda como los surcos de su piel, que más que surcos son heridas enquistadas. En esas noches, a solas en su mesa, clava las pupilas en la botella de vodka o de ron o de lo que sea que le haga no sentirse, mientras su mano gigante redibuja la etiqueta una y otra vez convirtiéndola en pentagrama de su angustia. Y tararea blues que no son de John Lee Hooker. Blues que sólo él descifra. Enigmas cósmicos que le emanan de las vísceras y que constantemente retiene entre los dientes para realimentarse de lo que ya no tiene dentro.

Desde la barra veo cómo se va deshilachando en una especie de quejido silencioso que le deforma el gesto y le abstrae en algún pensamiento que no adivino. Hasta que deja de tararear y me mira cómplice guiñándome un ojo.

Entonces se levanta y se va, fundiéndose en negro hacia el fondo de donde vino.


 


By DamianDior
[Marisa // Trapecios Circulares]



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